Myself Ofelizándome

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martes, 5 de octubre de 2010

Margarita de Austria

A Margarita de Austria le gustaba la gente con estrabismo. Tanto que podía quedarse horas mirándoles sin cansarse. Margarita no entendía esta pasión que la consumía. A veces, si encontraba a alguien con los ojos diferentes en un museo, por ejemplo, le perseguía disimuladamente para observarle. A veces intentaba observarle en el reflejo de los cristales de las serigrafías. A veces le miraba sin más abiertamente hasta notar la incomodidad del otro por sentirse observado. Cuando se trataba de un niño o niña le daban ganas de comérselo a besos e improvisaba conversaciones con la madre sólo para observarle un poco más. A Margarita de Austria también le gustaba mucho el color de la gente albina y si la persona albina en cuestión también tenía los ojos cruzados, no importaba cuanto, a Margarita le entraban ganas de desmayarse de placer. Una vez quiso tener un león albino y bizco cuando era pequeña pero su madre le dijo que los leones albinos y bizcos huelen muy mal dentro de las casas. A ella no le gustaban nada los malos olores, así que desistió.
Entonces ocurrió un día por casualidad. Margarita miraba fotos antiguas un día de lluvia y aburrimiento total. Se miró a sí misma y recordó. Ella también había tenido los ojos torcidos. Su madre la había llevado a tantos médicos que finalmente, por cansancio de visitar médicos había corregido su mirada por sí sola. Y lo había conseguido sin pretenderlo.
Cuando Margarita de Austria miraba los ojos torcidos, de alguna manera, echaba de menos su propia identidad.

1 comentario:

  1. Me ha encantado. No volveré a mirar a Margarita de Austria con los mismos ojos. Chapeau!

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