Coralina había sido una niña que poco a poco había conocido el poder ajeno y lo había deseado tan fervientemente que su felicidad había desaparecido con los años. Mucho tiempo después, su locura y su ansiedad de poder la habían empujado a comer sin descanso y la habían transformado en una señora gorda y fea con aliento fétido y áurea pestilente. La rabia hacia su prójimo le hacía tener pérdidas de orina y a orines olía siempre su alrededor. Por ello aquella niña se había convertido en una bruja. La niña, desde dentro de la bruja gritaba socorro, pero nadie la oía porque todos intentaban alejarse de la bruja tanto, que ninguna voz podía ser oída.
Coralina era esclava pero quería ser ama. Gritaba sin parar y maldecía a todos los que no la obedecían.
Un día en que Coralina trataba de hacer creer a los demás a gritos que ella podía dar órdenes, un pollo de corral encargado a domicilio le pegó un picotazo en el culo y le rompió el vestido. Entonces todos pudieron apreciar que ella tenía un rabo muy largo de color rojo con punta de flecha. Un loco dijo que había que cortarle la flecha al rabo y entonces la niña podría escapar. Nadie sabía de que niña hablaba el loco y no le hicieron caso, pero sintieron tanta curiosidad por la punta de flecha del rabo que empezaron a perseguirla para cortárselo. Ella gritaba "putas" a las mujeres jóvenes, "sinvergüenzas" a las maduras y "cabrones" a los hombres. Cada vez que alguien le tiraba del rabo intentando conseguir la punta de flecha, ella se tiraba un pedo. Olía peor que sus pies y la gente intentaba escapar del círculo de peste pero no podían y se desmayaban. Entonces, un día que Coralina estaba rodeada de desmayados, decidió amenazar con sus pedos a los supervivientes para conseguir sus deseos. A un pequeño hombre bajito le obligó a ser su chófer personal una vez este acababa su jornada laboral. Tan cansado estaba el hombre, que se quedó dormido un día conduciendo y se estrelló. Entonces Coralina murió en el accidente. Todos se alegraron y gritaron bravo, pero de pronto, desde el estómago de Coralina, se oyó la voz de una niña llorando y pidiendo auxilio mientras se quejaba a gritos "¡qué peste, qué peste!"
(CONTINUARÁ LA HISTORIA DE LA PESTILENTE CORALINA)
jueves, 14 de agosto de 2014
jueves, 5 de junio de 2014
Detrás del telón
De UN ESPEJO EN EL ESPEJO, de Michael Ende, autor de La historia interminable
Pesado paño negro perdiéndose hacia los lados y hacia arriba
en la oscuridad cuelga en pliegues verticales que movidos por una corriente de
aire imperceptible ondean un poco de vez en cuando. Le habían dicho que ése era
el telón del escenario y que en cuanto empezase alzarse, él debería iniciar
inmediatamente su baile. Le habían inculcado que no se dejase confundir por
nada, pues desde allí arriba se tenía a veces la impresión de que el patio de
butacas no era más que un oscuro abismo vacío, otras veces parecía que se
contemplaba el ajetreo de un mercado o una calle animada, un aula de colegio o
un cementerio, pero que todo eso era una ilusión de los sentidos, en una
palabra, que sin preocuparse lo más mínimo por la sensación que tuviese, por si
alguien le miraba o no, empezase, al mismo tiempo que se alzaba el telón, a
bailar su solo. Así estaba, pues, allí, con una pierna cruzada sobre la otra,
la mano derecha colgando, la izquierda apoyada sueltamente en la cadera
esperando el comienzo. De tiempo en tiempo, cuando el cansancio le obligaba,
cambiaba esa postura, convirtiéndose, por así decirlo, en su imagen inversa reflejada.
Todavía no quería alzarse el telón. La poca luz que venía de algún lugar en lo
alto, se concentraba sobre él, pero apenas era lo bastante fuerte para que él
pudiese ver sus propios pies. El círculo de claridad que le rodeaba le permitía
distinguir vagamente el pesado paño negro que tenía delante. Ese era el único
punto de referencia para la dirección que tenía que seguir, pues el escenario
se hallaba en absoluta oscuridad y era vasto como una llanura. Se preguntó si
había decorados y lo que podían representar. Para su baile no tenían mayor
importancia, pero le hubiera gustado saber en qué entorno le iban a ver. ¿Un
salón festivo? ¿Un paisaje? Sin duda, al alzarse el telón cambiaría de iluminación.
Entonces también se aclararía esa cuestión. Estaba de pie esperando, con una
pierna cruzada sobre la obra, la mano izquierda colgando, la derecha apoyada
descuidadamente en la cadera. De tiempo en tiempo, cuando el cansancio le
obligaba, cambiaba de postura, convirtiéndose de nuevo en la imagen inversa de su
imagen reflejada. No debía dejarse distraer, pues en cualquier momento podía
alzarse el telón. Entonces tenía que estar presente con cuerpo y alma. Su baile
comenzaba con un poderoso golpe de timbal y un furioso torbellino de saltos. Si
se retrasaba en la entrada todo estaba perdido, nunca recuperaría el compás
inicial. Mentalmente repasó una vez más todos los pasos, las piruetas,
entrechats, jettés y arabesques. Estaba satisfecho, tenía todo presente. Estaba
seguro de que estaría bien. Ya oía crecer los aplausos como el dorado fragor
del mar. También repasó una vez más el saludo, pues era importante. Quien lo
hacía bien podía a veces prolongar considerablemente el aplauso. Mientras
pensaba todo esto estaba de pie esperando, una pierna cruzada sobre la obra, la
mano derecha colgando, la izquierda apoyada- 27 -
ligeramente en la cadera. De tiempo en tiempo, cuando el
cansancio le obligaba, cambiaba de postura, transformándose de nuevo en la
inversa imagen reflejada des u imagen reflejada. El telón seguía sin alzarse y
se preguntó cuál podría ser la causa. ¿Habían olvidado quizás que él ya estaba
allí en el escenario, listo para empezar? ¿Le buscaban quizás en su camerino,
en la cantina del teatro o incluso en su casa, le buscaban angustiados y
desesperados? ¿Debía hacerse notar en la oscuridad del escenario, avisar o
hacer una señal con la mano? ¿O no le buscaban y había sido aplazada la
representación por algún motivo? ¿La habrían suspendido al final sin avisarle?
Quizás se habían ido todos hacía tiempo sin acordarse de que él estaba allí
esperando su actuación. ¿Cuánto tiempo llevaba ya allí? ¿Quién le había asignado
además ese lugar? ¿Quién le había dicho que ése era el telón y que en cuanto se
alzase debía iniciar su baile? Empezó a calcular cuántas veces se había
convertidoya en su imagen reflejada y en la imagen reflejada de su imagen
reflejada, peroinmediatamente se lo prohibió para no verse sorprendido por el
súbito alzamientodel telón o quedarse mirando impotente al público sin recordar
su papel. ¡No, teníaque permanecer tranquilo y concentrado! Pero el telón no se
movía.Poco a poco la feliz excitación inicial fue dando paso a una profunda
amargura.Tenía la sensación de que estaban abusando de él. Tenía ganas de echar
a correr delescenario para quejarse enérgicamente en alguna parte, para gritar
a alguien a lacara su desilusión, su rabia, para armar un escándalo. Pero no
sabía muy bien adónde tenía que correr. Lo poco que veía del paño negro que
tenía delante era suúnica orientación. Si abandonaba aquel lugar, andaría a
ciegas en la oscuridad y perdería infaliblemente toda orientación. Y era muy
posible que precisamente enese instante se alzase el telón y sonase el golpe de
timbal del comienzo. Y entoncesestaría en un lugar totalmente incorrecto, con
las manos extendidas como un ciego,quizás incluso de espaldas al público.
¡Imposible! La idea le hizo enrojecer devergüenza. No, no, tenía que permanecer
a toda costa donde estaba, quisiera o no,y esperar a que le diesen una señal,
si es que se la daban. Así que estaba allí de pie,con una pierna cruzada sobre
la otra, la mano izquierda colgando lacia, la derechaapoyada pesadamente en la
cadera. De tiempo en tiempo, cuando el agotamiento le obligaba, cambiaba de
postura, convirtiéndose por enésima vez en su imagen reflejada. En algún
momento perdió la fe en que el telón se alzase alguna vez, pero al mismo tiempo
supo que no podía abandonar su sitio, ya que no podía descartarse la
posibilidad de que a pesar de todo se alzase, contra todo pronóstico. Hacía tiempo
que había desistido de abrigar esperanzas o de irritarse. Sólo podía seguir de pie
donde estaba, sucediera lo que sucediera. Ya no le importaba su actuación, que se
convirtiese en un éxito o un fracaso o que no tuviese lugar. Y como ya no le
importaba nada su baile, olvidó uno tras otro todos los pasos y saltos. De tanto
esperar, olvidó incluso por qué esperaba. Pero se quedó de pie con una pierna
cruzada sobre la otra, ante sí el pesado paño negro que se perdía hacia arriba y
hacia los lados en la oscuridad.
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