Myself Ofelizándome

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lunes, 4 de octubre de 2010

Cenicienta en las estancias del placer (2)

Cuando él no luchaba y se dormía en los laureles ella tenía ganas de partir ventanas. No para saltar. No. Partir los cristales al tirarlo todo. Sin embargo, se quedaba sentada mirando revistas mientras él la observaba lívido. Ella, cuando no perdía el control, era capaz de sacar a cualquiera de quicio, y cuando luego analizaba este talento, se tronchaba de risa. A veces ella tenía que inventar que tenía marido para no tener que decirle a alguien que no estaba interesada. A veces inventaba que al día siguiente se marchaba para siempre al extranjero. Ella odiaba más que nada en el mundo las negativas y las mentiras, pero cuando no quería decir NO, mentía hasta rascar las paredes con su nariz.
Un día alguien llamó a la puerta y ella decidió no abrir. Estaba tumbada en la cama mirando el techo sin pensar en nada. Había querido no estar triste y se había abandonado a la nada. La puerta sonó dos veces más. No se inmutó. Aquella llamada en la puerta habría cambiado su vida. Nunca más tarde sabría que había perdido su oportunidad.
Ella tenía ganas de partir ventanas. Se levantó de la nada para lanzar la radio y el televisor.

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