Myself Ofelizándome

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lunes, 4 de octubre de 2010

Cenicienta en las estancias del placer (3)

Cenicienta no hizo ni caso al príncipe en toda la noche pero al tirar su zapato de cristal no entendió porque el príncipe no fue a recoger los cristales rotos para adorarlos y besarlos. Cenicienta no soportaba no ser su centro de atención ni que él no enloqueciera de amor por ella. Cenicienta tenía un ego dorado y acariciado y se ponía enferma cuando no le hacían caso. Sabía que había un montón de mujeres caprichosas y con necesidad de ser mimadas pero nunca se había considerado una de ellas. Es por eso que a Cenicienta no se le caían los anillos fregando el suelo y por eso que estaba siempre en las nubes.
Pero ella era caprichosa. Muy caprichosa y le aburrían los príncipes que no se pasaban el día pegados a ella como una lapa. Ella quería príncipes lapa. Cenicienta se montó en su carroza pasada de hora y acabó bañada en pulpa de calabaza. El príncipe reaccionó y preguntó “¿Estás bien?” pero como ella le ignoró, él volvió a su baile de palacio a beberse unos cubatas. Cenicienta bailó delante de él con otros hombres y mujeres para ponerle celoso pero él se lo pasaba demasiado bien volcando botellas en su vaso empañado. Ella salió fuera a respirar. Él no la siguió. La noche la encontró llorando y pataleando y le regaló una lluvia que la empapó para consolarla. Ella entró para no resfriarse y él la miró. Vio su vestido mojado y calculó por las transparencias dónde pondría sus labios y sus manos. Se acercó a ella, la agarró y se la llevó. Esa noche la madrastra montaría en cólera por su ausencia. Cenicienta estaría feliz. Las hormonas se la habían vuelto a jugar.

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